sábado, 28 de abril de 2018

EL Cairo



                                                      EL CAIRO  2001
                                                                                                "Cuatro mil años nos contemplan"
                                                                                                                     Napoleón Bonaparte

         Le había prometido a mi amiga Constanza un relato sobre mi estancia en la capital de Egipto dentro de un largo viaje que incluía dos cruceros, uno por el Nilo y otro por el Lago Nasser con visitas a ciudades y templos.
          El Cairo, con más de veinte millones de habitantes, es la ciudad más poblada de África, y por estar plagada de mezquitas lleva el sobrenombre de "La ciudad de los Mil Minaretes".
          Llegamos en avión procedentes de Luxor y nos dirigimos al Hotel Le Meridien Piramids de 5 🌟, a 1 km. de las pirámides pero a 13 Km. de la céntrica Plaza Tahrir o Plaza de la Liberación, donde tienen lugar todas las protestas ciudadanas.

Vista de las pirámides desde el Hotel
        Dejamos las maletas en la puerta y nos fuimos a comer a un restaurante cercano llamado "Cristos" en cuya entrada una mujer cocía panecillos ácimos en un pequeño horno moruno. Comimos, entre otras cosas, pescados del Mar Rojo y el típico "humus" de los garbanzos triturados en forma de una rica salsa.
      
       Con todo el calor de las dos de la tarde visitamos las pirámides. Me parecía un sueño, sí, un sueño maravilloso que jamás pensé que podría realizar. Mira, Constanza, cómo levanta la cara con  orgullo el camello. No es porque me lleve a mí, sino porque es "consciente" del lugar en que se encuentra. Puede que estuviera mirando a la Esfinge, palabra que viene del griego y que el árabe transformó con el significado de guardián (¿de las tumbas?).  La gran estatua tiene cuerpo y busto de mujer con su "nemes" cubriéndole la cabeza, cuerpo de león y alas de ave. Mide 57 ms. de longitud y 20 de altura. Mira hacia el este, por donde sale el sol.  Volvimos al hotel a deshacer las maletas con intención de cenar allí, pero no nos aclaramos con el inglés y salimos a buscar un restaurante por los alrededores. Encontramos un "Felfela" que es una buena cadena de restaurantes egipcios.

Junto a mi camellero

      El día siguiente por la mañana lo dedicamos a una excursión por Sakkara y Menphis, y por la tarde un recorrido en el autobús por los diferentes barrios de El Cairo. Cenamos en el más famoso de los Felfelas, el I, y para rebajar la comida nos propusieron un paseo por el bazar Khan el Khalili, posiblemente el más grande mercado del mundo, mayor que el Gran Bazar de Estambul. Conforme caminamos por las angostas callejuelas repletas de gente percibimos el bullicio de los vendedores. En un momento dado mi marido, despistado como el de Constanza, se coge del brazo de una señora creyendo que era yo. Me dio tal ataque de risa que  no podía sacarle de su error. Todos seguíamos a nuestro simpático guía, un joven llamado Abbas -que había estudiado español en nuestro país y que nos insistió en no confundir con nuestras "habas"- hasta el famoso café Fishawi (café de los helados), que se conoce más como Café de los Espejos. Es el centro de los intelectuales egipcios donde escribió alguna de sus obras el Premio Nobel de Literatura  egipcio Nagib Mahfuz. Data este lugar de 1773 y presume de no haber cerrado desde entonces ni de día ni de noche. Llegamos más de cien personas para acoplarnos en un espacio limitadísimo, pues tiene la forma de un pasillo de unos dos metros de ancho, con unas sillas que "fueron" de rejilla. Cuando ya parecía que no cabía un alfiler los camareros nos levantaban y con  unos centímetros por aquí y otros por allí metían una silla. En el espacio que ocupaban dos acabamos metiéndonos los nueve de Lorca, ¡ vamos, que ni el camarote de los Hermanos Marx! Además había que dejar sitio para las mesitas con bandejas de cobre para los tés. Los camareros se gritaban entre sí como si discutieran acaloradamente. Sin espacio material pasaban de un lado a otro con las bandejas cargadas de teteras, vasos, zumos y agua. Cualquiera pensaría que ya no cabía nada más. ¡Craso error! A continuación venían las "shishas", pipas de agua, y empezaba un ir y venir  de esa especie de serpientes coloreadas que iban de boca en boca llenándolo todo de mil aromas afrutados de tabaco.

Yo me atreví con una de manzana. Los camareros acudían con unos cacillos agujereados, llenos de brasas humeantes, para estar continuamente reponiendo el calor de las pipas y que no se apagasen. El ambiente se iba caldeando  porque el humo hacía irrespirable un espacio cuya temperatura no paraba de subir. Estábamos en agosto. Miraba a mi alrededor y yo dándole al abanico hasta el límite de mis fuerzas, veía a todos mis amigos sudando. Todo esto podría verlo en los grandes espejos que cuelgan de las paredes si no hubieran estado empañados. El olor, el humo,  el calor y el ruido formaban una mezcla tan explosiva que  hubo momentos que creí desfallecer. Me consolaba pensando que fuera la situación sería diferente y decidimos a base de mucho encono sacar nuestra mesita y las sillas a la calle. ¡Qué va! la anchura de la calle era de unos 3 m. y  en ella se amontonaban los puestos de souvenirs mientras la gente deambulaba para acá y para allá. Observamos el paso de vendedores ambulantes de relojes, carteras y todo tipo de objetos. De pronto me sorprendió un vendedor de animales disecados que levantaba una zorra de ojos brillantes. Por mi lado pasaba una mujer que nos quería vender yoyós iluminados. Había vendedores de todas las edades pero a mí me conmovió una niña de 9 años que nos ofrecía un paquete de clínex por una libra. Le di la libra y le dejé el paquete de clínex. Mientras tanto el tabaco y el güisqui que llevaban escondido los excursionistas disimuladamente para añadírselo al té  empezó a hacer su efecto desatando las lenguas con todo tipo de canciones más o menos obscenas, y hasta se lanzaron a bailar. Algunos no aguantaban más y se marcharon de compras por el mercadillo. ¡QUÉ ALIVIO!
      El bazar del Khan el Khalili es un mercado milenario que nunca duerme. Consta de más de 900 puestos con la más variada gama de objetos, desde especias hasta escarabajos de la suerte. Eso sí, hay que saber regatear y moverse por ese laberinto de callejuelas. Volvimos al hotel en taxi.
      A la mañana siguiente tocaba la visita al Museo de Antigüedades Egipcias. Tras las espera en una larga cola nos dimos de frente con la Piedra Rosetta, que toma su nombre de la ciudad egipcia donde se encontró en 1799 esta piedra de basalto negro, escrita en jeroglífico, demótico y griego, que permitió a Champolion el descifrado de los jeroglíficos tantos siglos considerados un misterio. El texto da noticia de un decreto de los sacerdotes de Menphis y corresponde al 196 a. de C. Pero era una réplica ya que para ver la auténtica tuve que hacer un viaje al Museo Británico de Londres unos años más tarde
     
        Yo tenía mucho interés en contemplar las esculturas que había estudiado mejor en el instituto que en la carrera  con aquella magnífica profesora que se llamaba Carmen Rey, pues sabía que no teníamos tiempo de verlo todo. Preguntando, preguntando -que las "profes" somos muy preguntonas- di con: El alcalde, que recibe ese nombre por llevar una vara en la mano; El escriba sentado, más pequeño que el del Louvre; el tesoro de Tutankamón, maravilloso, en especial la máscara, de la que me compré una pequeñita para mi colección; los retratos de la época romana pintados sobre los féretros, de un moderno realismo, encontrados en El Fayum; los canopes de alabastro donde se guardaban las entrañas de los momificados y la estatua de Akenatón, ese faraón con el síndrome de
Marfan, de ojos achinados y rostro delgado, cuyas anchas caderas le dan un aspecto afeminado (posible lipodistrofia muscular). De su esposa Nefertiti hay una bella cabeza, nada comparable con la extraordinariamente elegante que vi en Berlín.
      Por la tarde volvimos al Khan el Khalili a comprar camisetas para los nietos. Llegamos hasta la mezquita de Al Hussein, en cuyo mausoleo están depositadas las reliquias del hijo menor del Profeta, mártir de los chiitas. No se podía entrar porque había culto, pero nos sentamos en el bar de enfrente. Costó dios y ayuda conseguir una cervezas, aunque al final nos las trajeron de un hotel cercano, eso sí a precio de oro.
     No puedo olvidarme del tráfico tan caótico que había en esta urbe. Las pocas señales no se respetaban, por el contrario lo que primaba era el claxon. El primero que pitaba pasaba, lo que suponía un estruendo de pitidos muy considerable. A esto hay que añadir los lentos carros tirados por burros y los camellos. Milagrosamente no se producían accidentes.
       El último día algunos lo aprovecharon para ver Alejandría, nuestros amigos de Lorca se quedaron descansando en la piscina y yo hubiera deseado ir al Mar Rojo pero nadie más se apuntó. Mi marido y yo nos fuimos solos a la Ciudadela de Saladino con un taxista del hotel que apenas entendía inglés. Bastó el lugar y la hora de recogida. Es una magnífica fortaleza elevada sobre la gran planicie de la ciudad que incluye la Mezquita de Alabastro mandada construir por Mohamed Alí. El color blanco de sus cúpulas de alabastro le dan el nombre. Se construyó en el siglo XIX al estilo de las mezquitas de Estambul. Para entrar me tuve que poner un gran manto blanco que me cubría todo el cuerpo y  descalza. Ya sabéis aquello que decía Cervantes: "donde fueres haz lo que vieres". Lo mejor, las maravillosas vistas de la ciudad. En un edificio lateral está lo que fue residencia del último rey, Faruk, donde pudimos ver el reloj de pared regalado por Francia como recompensa por el obelisco que Egipto obsequió al país galo y que hoy luce en la Plaza de la Concordia de París.

        La tarde la pasamos en la piscina del hotel contemplando las pirámides, después en la tienda de recuerdos para agotar las monedas. Compramos de todo, papiros pintados para cuadros, escarabajos de lapislázuli, señaladores de libros, una pulsera y no sé cuantas cosas más. Terminamos comiéndonos unos pasteles en el hall mientras se celebraba una boda musulmana, probablemente de clase alta, por la indumentaria de los invitados. A los novios les tiraban monedas en vez de arroz.

        Recuerdo ese viaje como uno de los más interesantes que he podido hacer en mi vida. Conservo la chilaba que me compré para una fiesta árabe como una joya. Pero lo que me llamó enormemente la atención fueron las "modernas" sandalias doradas de Tutankamón con la tirilla entre los dedos, como las que llevo a la playa.
     
       Este viaje, querida Constanza, da para muchos relatos, los templos, los cruceros, el paisaje, el Nilo, la gastronomía, que abordaré  más adelante...

viernes, 13 de abril de 2018

Ramsés y la barca sagrada

    Ramsés y la barca sagrada

                                                                                                Dedicado a mi amiga " Constanza",
                                                                                                que es muy viajera...
 
      A las procesiones bíblico-pasionales de Lorca (Murcia) el Paso Azul ha incorporado el grupo egipcio de Ramsés en una barca solar llevada en andas por esclavos. Este ha sido el motivo que me ha llevado, entre otros, a investigar sobre este faraón.
      La barca solar es un elemento simbólico egipcio vinculado al ciclo del Sol, que cada mañana aparece por oriente y desaparece al ocaso por occidente. Comparado con el ciclo de la vida y la muerte, otra barca lo llevaría en un viaje subterráneo desde el anochecer hasta el amanecer para renacer de nuevo. Recordemos que todavía hoy decimos "salir el sol" y "ponerse  el sol", aunque sabemos que es un anacronismo y que quien se mueve es la Tierra. El dios Ra (el Sol) efectúa este viaje en barca, algo propio de una civilización fluvial en la que el río Nilo es no solo vía de comunicación sino fuente de alimentos. Para las divinidades los egipcios  organizaban grandes fiestas en las que los dioses eran transportados en barcas, e incluso en andas en forma de barca (como un dios en su barca desfila Ramsés en la procesión lorquina). El ritual mortuorio consistía en atravesar el Nilo con el difunto en una barca semejante a la de Ra, porque los egipcios de la antigüedad creían que el viaje de los difuntos en las barcas sagradas haría que sus almas vivieran eternamente.

     
      De los distintos faraones que llevaron el nombre de Ramsés nosotros nos referimos a Ramsés II, perteneciente a la XIX dinastía (siglo XIII a. de C.) e hijo de Seti I, a quien desde joven acompañó en sus campañas militares destacando posteriormente como un rey guerrero. De todas sus hazañas la más famosa fue la batalla de Qadesh al norte de Siria en el quinto año de su reinado con el fin de acabar con los frecuentes ataques hititas. El faraón con su ejército cayó en una emboscada aunque logró huir. Pero ya no pudieron tomar la ciudad hitita. Según los historiadores la cuestión quedó en tablas a pesar de que Ramsés se esforzó en que apareciera como una gran victoria egipcia y así está grabada en los relieves de los templos. Se utilizaba el relieve inciso, mucho más rápido y fácil que el altorrelieve o relieve real. Este faraón tenía una auténtica obsesión constructora y, aunque no levantó ninguna pirámide, decenas de monumentos a lo largo del Nilo dan fe de que fue el rey más famoso de Egipto y el templo más popular el de Abu Simbel, dedicado a los dioses Ra, Ptah, Amón y a él mismo como dios. Su nombre significa engendrado por Ra. En algunos relieves aparece amamantado por la diosa Isis porque estaba convencido -y quería convencer a los demás- de su origen divino.

     
      Para los egipcios el nombre era algo más que un signo de identidad, formaba parte de los cinco componentes esenciales que integraban al individuo. Aparecía escrito en jeroglífico dentro del cartucho. La propia magia del nombre bastaba para que, al ser pronunciado, se hiciese revivir a quien lo ostentó en vida. Ramsés siempre tuvo muy presente este principio religioso. En cuanto a su físico era inconfundible: labios carnosos, nariz aguileña que termina con una barbilla prominente y ojos rasgados no muy abiertos como escudriñando cuanto acontecía. Un rasgo de su egocentrismo radica en que, con una larga vida de más de 80 años, todas las estatuas lo representan en su juventud. Quizá por ser el más conocido de los faraones hay datos de sus decenas de reinas, concubinas y cientos de hijos, lo que le ha dado fama de mujeriego. Sin embargo la más querida  parece haber sido Nefertari ( de nefer, bella), Gran Esposa Real, que en el segundo templo de Abu Simbel su imagen es del mismo tamaño que la del faraón, algo inusual en Egipto.

            
      La prosperidad económica hizo que su reinado fuera una época de esplendor. Desde  el principio sintió una especial inclinación por Nubia (de nub, oro), país del oro por excelencia, considerado la carne de los dioses. Trasladó la corte primero a Menfis y después al delta del Nilo, alejándose de Tebas y del poderoso clero de Amón, especialmente de su sumo sacerdote. Tras 66 años de reinado murió y fue enterrado en el Valle de los Reyes (tumba KV7). La gran innovación operada en el Imperio Nuevo en lo concerniente a la funeraria real, consistió en separar el templo de culto  y ofrenda al Ka (la esencia vital) del faraón muerto, de su momia. Había que ocultar la tumba, por temor a  los ladrones y se buscó para ello un lugar apartado y seguro, no muy alejado del valle. Así nació el Valle de los Reyes al que llamaron "la gran pradera".
      Ya iniciado el siglo XXI emprendí un maravilloso viaje a Egipto y desde entonces o quizá antes, me atrapó la cultura faraónica, hasta el extremo que me puse a estudiar la lengua de los jeroglíficos con una gramática que me regaló un egiptólogo que llevábamos en la excursión, además de pasar a formar parte de la Asociación de Amigos de la Egiptología de Lorca. El avión que salió de Barcelona nos llevó hasta Aswan desde donde, después de ver la ciudad, nos embarcamos  en un crucero de cuatro días por el Lago Nasser en el "Príncipe Abbas". Íbamos recorriendo los templos rescatados de sus lugares de origen, posteriormente inundados por las aguas de la presa de Aswan. En el patio del templo del Wadi el Sabou  ya nos encontramos las primeras imágenes de Ramsés II en forma osiárica, con la barba vuelta hacia delante, que significa faraón muerto o un dios.
     Por fin llegamos a Abu Simbel para detenernos ante las cuatro enormes esculturas de Ramsés: Ramsés, sol de los monarcas; Ramsés, monarca de las dos tierras; Ramsés, amado de Amón y Ramsés, amado de Atón, de 20 metros de altura, mucho más que un canto al egocentrismo. Sobre la puerta, en la parte superior y bajo el friso de babuinos que saludan al sol naciente, una hornacina  cobija a Ra. Pero Ramsés está adorando su propio nombre utilizando la sílaba-signo del sol. En la primera sala interior vimos los relieves de sus hazañas militares, destacando la batalla de Qadesh, en la pared opuesta el faraón tomando una fortaleza siria y en el recóndito santa-sanctórum Ramsés como dios entre los dioses. Igual que ocurría en su lugar original -pues este templo fue salvado de las aguas de la presa- los días 20 de febrero y 20 de octubre la luz del sol al amanecer penetra hasta el interior del santuario. Al lado un templo menor está dedicado a  su esposa Nefertari, divinizada como la diosa Hathor, en cuya fachada aparecen seis estatuas colosales, las dos del centro y las dos de los extremos representan a Ramsés, las otras a su esposa Nefertari.

    
      Regresamos a Aswan en avión para un segundo crucero, este por el Nilo, de tres días, en el "Ramsés, King of Egypt" hasta Luxor. Otra vez nos volvimos a encontrar con el famoso faraón en el templo de la avenida de las esfinges. Aquí las ingentes estatuas de Ramsés están colocadas ante el gran pilono. Después de recorrer Karnak llegamos a El Cairo en avión y nos instalamos en el Hotel Pirámides, así llamado por su situación próxima a las famosas pirámides. Cuando las contemplaba pensaba ¿quién me iba a decir a mí cuando siendo adolescente desfilé en una carroza de pirámides vestida de egipcia que un día lejano yo, como Napoleón Bonaparte,  podría  decir que me contemplaban cuatro mil años de historia? Hicimos dos excursiones, a Sakkara y a Menfis. En la última nos reencontramos con Ramsés, esta vez en una estatua tumbada en el suelo. Dejo para otra ocasión el relato de los días que pasamos en la capital egipcia...