“Sueño con pintar y luego pinto mis sueños” Vincent
Van Gogh
Aunque había huelga de Renfe, mi hija
Carmen y yo salimos de Lorca a las 7,30 de la mañana en el tren hacia Murcia.
Nuestro tren debió encontrarse dentro de los servicios mínimos, igual que el
que nos trasladó a Madrid. Comimos en la estación de Atocha y en autobús
llegamos al aeropuerto Adolfo
Suárez de Barajas para encontrarnos con el resto del grupo: mi hijo Pepe, Bernarda
y los nietos Pepe y Juan; mi hijo Juan,
Rocío y los nietos Juan, Víctor y Rocío,
además de mi nieta Marina y su novio Giuliano Petrone.
El avión llegó con retraso al aeropuerto Schiphol de Ámsterdam a causa de la niebla, según explicó el
comandante de la aeronave. Allí nos recogieron dos minibuses de 6 y 7
plazas hasta el muelle NDSM del río Ij donde
estaba atracado el Botel. Los camarotes tenían una amplia ventana que mostraban
un bello paisaje marinero. Vimos pasar gabarras y ferrys entre patos y cisnes.
Rápidamente comprobamos el cambio de clima, del Mediterráneo al Mar del
Norte. Aunque pequeños, los camarotes
tienen de todo, especialmente calefacción. Y lo mejor, los empleados. Son
sudamericanos y hablan español, hasta los del “Pollux”, con el simpático
Carlos el hondureño.
Iniciamos el
sábado 22 con un buen desayuno de bufet libre a bordo. A continuación un ferry
(a los más novatos los bañó una ola provocada por el paso de un barco cercano y
todos nos reímos) nos depositó en la Estación Central, centro neurálgico de
todo tipo de transportes: metro, tranvía, autobús, taxi, tren… Cogimos un
tranvía pues habíamos sacado tickets para los tres días y nos paramos en el Rijksmuseum con el deseo de contemplar
los cuadros de Rembrandt. En particular nos interesó que vivió en el barrio
judío de Ámsterdam y de sus personajes sacó las figuras bíblicas de sus
cuadros. Pero pudimos detenernos en otros pintores holandeses menos conocidos.
Rijksmuseum significa museo del Estado. Es un bello edificio de estilo holandés
con su fachada de ladrillo rojo. Me encantó el enorme cuadro de la “Batalla de Waterloo” y el tríptico del “Juicio
Final” en el que se imita un poco al Bosco. Mi favorito es “La ronda de noche” de “Rembrandt que después de la restauración de
1947 se comprobó que no era de noche sino de día pues el barniz y la oxidación
lo oscurecieron. Era más grande pero para que cupiera entre dos puertas le
recortaron un trozo con tres personajes.
Su título original:
“La compañía militar del capitán Frans Banninck
Cocq y su teniente Willen Van Ruytenburgh”. Es el momento en que el
capitán, de negro y con la golilla de la época, da la orden de marchar al
alférez. Detrás, los dieciocho arcabuceros (vigilantes del orden) de la
compañía que pagaron por aparecer en el cuadro. Además, un perro, dos niños y
una niña que, como foco de luz, parece representar a la primera esposa del
pintor fallecida hacía poco. Es un cuadro de grupo como también lo son “La lección de anatomía del doctor Tulp”
y “Los síndicos del gremio de pañeros”.
Rembrandt, influido por Caravaggio, emplea el estilo tenebrista y el claroscuro
propio del barroco.
El otro gran
pintor de la pinacoteca holandesa es Vermeer
que utilizaba los más caros pigmentos llegados de todos los lugares del mundo
gracias a la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, como el rojo
cochinilla y el azul de ultramar. Obsesionado por la luz, hace que predominen
las escenas urbanas, costumbristas y musicales con el laúd y la flauta. No fue
entendido en su tiempo sino mucho después, en pleno siglo XIX. El museo solo
posee cuatro cuadros de este pintor, “La
lechera”, “Mujer leyendo una carta”, “El callejón de Delfty” y “La carta de
amor”.
La siguiente
visita es al museo de la cerveza Heineken, gran edificio que
comprende distintas salas donde se explica la elaboración de la cerveza y su
historia. Pero ¡qué gozada ¡ las degustaciones, los videos de nuevas
tecnologías donde nos introducíamos en unas habitaciones con proyecciones en
las cuatro paredes, techo y suelo como si fuéramos burbujitas. Pepe y Bernarda
se montaron en unas bicicletas con el video de fondo de la ciudad aparentando
pasear en bici por Ámsterdam, una especie de karaoke y muchas más cosas que no
recuerdo. Sí que nos pusieron una pulsera verde a los mayores y roja a los
menores, con unas florecitas que despegábamos cada vez que bebíamos un vaso de
cerveza, Coca-Cola o Fanta. Y mucha música. A la salida nos regalaron llaveros
de Heineken. No había manera de sacar a los jóvenes y no tan jóvenes de allí.
Comimos en un bar cercano pizzas y hamburguesas. En metro fuimos a ver la Plaza
Dam, la más importante, con el pequeño obelisco dedicado a los caídos en la
segunda Guerra Mundial, el Palacio Real y toda la decoración navideña con un
alto árbol de navidad, muy iluminado todo con luces de colores. A las cinco ya
estaba anocheciendo. Andando por las orillas de los canales llegamos al Barrio
Rojo, un espectáculo único. Aunque algunos de los escaparates rojos de
las chicas tenían las cortinas echadas (no sabemos si era por temprano o porque
estaban “trabajando”) la mayoría ya
enseñaban sus encantos para atraer al personal. Algunos callejones eran tan
estrechos que apenas podíamos pasar dos personas. No sé a los demás pero a
Bernarda y a mí no nos gustó. ¡Y qué decir del olor a marihuana ¡ Era el lugar
apropiado para comprar chocolate y dulces de esa droga que allí está legalizada,
como lo está la prostitución. Entramos a un bar, nos tomamos unas cervezas pero
el ambiente no era agradable, llevábamos menores. Buscamos el metro hacia la
Estación Central y desde allí al ferry. Pero nos equivocamos de muelle y
tuvimos que volver para coger el que estaba próximo al Botel. Aprovechamos el
tiempo que quedaba hasta la cena para descansar en los camarotes. Yo estaba tan
cansada que no salí pero el resto del grupo fue a cenar al barco de enfrente,
un barco de vela convertido en
restaurante, el “Pollux”.
Amaneció el
domingo 23 lloviendo y no paró en todo el día. Desayuno, ferry, Estación
Central y tranvía hasta el Museo Van
Gogh. De los dos edificios entramos primero al relacionado con Vincent Van
Gogh, pues el otro está dedicado a pintores contemporáneos y amigos, en
especial a Gauguin. Vamos buscando “Los
girasoles”, uno de los cinco cuadros sobre estas flores amarillas, “Los
lirios”, una de las dos versiones que existen, “El almendro” con sus lindas flores blancas sobre fondo azul
(posiblemente con influencia japonesa), “El
melocotonero”, “La habitación de Vincent en Arlés”, “La casa amarilla”(que
compartía con Gauguin en Arlés), los
cuadros relacionados con las faenas del campo como “La cosecha” en el sur de Francia para aprovechar los días soleados
gracias al viento mistral y “Marinas des
Saintes Maries de la Mer” con sus aguas de “color cambiante”, como él
decía. Entramos en unas salas tituladas “Van
Gogh dreams” en las que la tecnología nos introduce en los cielos
estrellados de sus obras. Las formas parecen moverse, caerse, arrastradas por
un ligero frenesí. Los colores dominantes: el amarillo y el azul. De los más de
cuarenta autorretratos destacaría el que lleva el sombrero de fieltro en
puntillismo y uno de los varios que pintó con la oreja cortada. A lo que hay
que añadir sus objetos de pintura como la paleta, algún mueble, las cartas a su
hermano Theo, su mejor amigo, fotografías de su familia…
En cuanto al estilo pictórico la
mayor parte de la obra pertenece al postimpresionismo, incluso el puntillismo
que inventó Georges Seurat al que calificaron de neoimpresionista.
Una vez fuera fuimos
a dar una vuelta por el mercadillo
navideño más cercano, junto a una pista de patinaje al aire libre. Y como no
paraba de llover y yo llevaba los zapatos y los calcetines mojados nos
refugiamos en una terraza de bar cubierta a comer y beber. A mi hijo Pepe se le
ocurrió la idea de acercarse al mercadillo y comprarme unos calcetines de papá
Noel que apenas entraban en los zapatos, pero ¡menudo alivio ¡ y a alguien se
le ocurrió que fuéramos a tomar café a un “ Hard Rock” que como yo no sabía de
qué iba me sonaba a los famosos almacenes ingleses, ¡qué ignorante! Es una
cadena de tiendas-cafeterías que acumulan objetos de cantantes famosos de rock
(las botas de uno, el sombrero de otro, la guitarra de no sé quién…) para gente
fetichista. Otra vez el tranvía para llegar hasta el sitio famoso. Los jóvenes
compraron camisetas y yo me tomé un vaso de leche para entrar en calor. El
tiempo corría y se hizo la hora de dar el paseo en barco por los canales. Con
unos auriculares en español fuimos recibiendo la explicación de la historia de
los diques para evitar las inundaciones de las mareas gracias al famoso
ingeniero holandés Cornelis Lely que
diseñó el primer plano de un dique en 1891. Cuando fue ministro de Obras
Públicas lo aceptó el gobierno pero hasta que Holanda no sufrió unas inmensas
inundaciones no se logró la aprobación del parlamento (1918). Es el
conocido Afsluitdijk (dique de cierre). El segundo dique es del siglo XXI,
el Oosterschelde, de 9 km. y 62
compuertas. Los puentes tienen una iluminación especial, a veces muy original,
llenas de colorido… Las fachadas de las casas nos sorprenden por su
originalidad (su estrechez se debe a que se calculaba el impuesto sobre los
inmuebles por el ancho de la fachada) y también llama la atención que no echan las cortinas. Lo mismo que los
barcos-casas varados dentro de los canales. A nadie le importa que la gente les
vea. Para demostrar que el agua no está contaminada hay patos y cisnes. El
sistema de alcantarillado no va a los canales sino al Mar del Norte.
De vuelta al Botel a través de tranvía, Estación
Central y ferry. Yo hice como la noche anterior, me quedé en el camarote
descansando y ellos se fueron a cenar al “Pollux”.
Y ya llegamos
al veinticuatro de Diciembre, esta noche es nochebuena y mañana Navidad.
Empezamos como siempre, desayuno, ferry y Estación Central. Esta vez cogimos el
tren de cercanías a Utrecht y en
veinticinco minutos llegamos a la ciudad del famoso tratado. Pasamos por unos
famosos almacenes y paseamos por los canales buscando la altísima torre de la
catedral (el Domkerk) gótica dedicada
a S. Miguel que, al ser reconstruida después de un fuerte tornado, se edificó
fuera de la torre, el edificio más alto de la ciudad. La nave de la iglesia
nunca re reconstruyó. Así nació la plaza de la catedral del Dom, una zona abierta entre la iglesia y
la torre. A un lado la universidad y al otro el Instituto Cervantes. Entramos
al templo y nos explicaron que aunque había sido católica en tiempos de Carlos
V, ahora es protestante. Yo lo había adivinado por la posición de los bancos.
Los protestantes los ponen unos frente a otros, cosa que yo vi en Alemania. Lo
más bello, el rosetón y las vidrieras como la de los evangelistas. En la puerta
la estatua de una mujer alta como monumento a los caídos en la segunda Guerra
Mundial con la fecha 1940-1945. Entablé una discusión con mi hijo Pepe cuando
me habla de los contrafuertes en que se apoyan los arbotantes de la catedral.
Le recuerdo que eso se llama estribo y no se convence hasta que lo encuentra en
internet. No se da cuenta que él es de ciencias y yo de letras. Nosotros
estudiábamos varios cursos de arte. Igual que en Ámsterdam, nos comen las
bicicletas. Tardamos en encontrar un sitio donde cupiéramos los trece. Encontramos
uno muy bonito para la primera cerveza pero nada de comer. La segunda cerveza
la tomamos en un bar llamado “Belgie”,
lleno de vírgenes (los belgas son católicos) pero tampoco tenían comida.
Acabamos en un italiano comiendo un montón de pizzas y sin problemas de idioma
porque llevábamos a Giuliano Petrone, afamado intérprete de la bella Calabria.
Se nos hicieron las cinco de la tarde y ya anocheciendo fuimos a Utrecht
Central a coger el tren para Ámsterdam, Estación Central y de allí al ferry que
nos dejó junto al Botel con tiempo para descansar antes de la cena de
Nochebuena en el otro barco, pero no más tarde de las 9.30. No aparenta por
fuera lo bonito que es el restaurante “Pollux”. Todo de madera y muy decorado
con motivos navideños, estupendo para las fotos. Recordando a las familias que
no han venido, hicimos un video de felicitación a la familia de Rocío, otro a
la de Bernarda y un tercero para Italia a la familia de Giuliano Petrone. Todos
nos devolvieron los suyos, ¡la técnica ¡ COMIMOS, BEBIMOS, BRINDAMOS y CANTAMOS
villancicos. Nos recogimos a dormir. Eso yo, los demás se fueron de copas.
¡¡25 de
diciembre, Rum, Rum, Rum…!!. Desayuno, ferry y Estación Central para hacer las
últimas compras hasta la 1.30 que llegaron los coches para transportarnos al
aeropuerto destino Oporto. Pepe, Bernarda y yo nos damos un paseo por los
alrededores de la estación y vemos una iglesia católica, S. Nicolás, pero
estaba cerrada. Nos hicimos fotos junto a los grandes aparcamientos de
bicicletas, que estaban llenos por ser día de fiesta. Comida en el avión y en
poco tiempo llegamos a Madrid donde se separa el grupo. Se quedan Carmen,
Marina y Giuliano. Juan sale con su
familia y yo con la de Pepe rumbo a Lorca.