I N T E M P E R I E
de Jesús Carrasco
Estaba leyendo una cartelera de cine
en un periódico cuando he dado con el comentario de una película cuyo argumento
está tomado de la novela del mismo título que fue considerada por la Asociación
de libreros “Libro del Año 2013”. Se
titula Intemperie. La he sacado de la
biblioteca y la he leído dos veces porque he decidido escribir mis impresiones
sobre ella.
El título alude al desamparo que sufre
el protagonista, un niño que huye de su pueblo y de su familia emprendiendo un
camino por una naturaleza desértica e inhóspita. En él se encuentra a un viejo
cabrero, poco hablador, que le va a librar de terribles peligros y que al mismo
tiempo le va a enseñar cómo sobrevivir al hambre y la sed. Así el camino viene
a ser la metáfora del aprendizaje.
Hay otros personajes que representan
el lado negativo, malvado, del ser humano: el alcaide, su ayudante y el
tullido. El autor ha querido dar un halo de misterio (esta es su primera
novela) al omitir nombres de personas, lugares, época y hasta el del perro. Existe
un elemento que nos lleva a pensar en la postguerra española, el sidecar. El
alcaide lo utiliza en sus desplazamientos. Se describen lugares desérticos que nos
recuerdan a Almería, su vegetación de chumberas, jaras, higueras, almendros y
el palo dulce (coloquialmente, palodú),
además de la presencia del mar. Se usan las hojas de aloe como curativo para la
piel y se utiliza la palabra “atiende”
para llamar al compañero.
Todavía pueden
verse aldeas abandonadas con restos de vías ferroviarias por las que antaño
circulaban vagones de mercancías y minerales. Al mismo tiempo hay momentos que
nos recuerdan escenas del western que
se filmaron en la zona almeriense de Tabernas. Solo se alude al lugar como “el llano” (casualmente una finca que fue
de mis abuelos entre Cehegín y Bullas (Murcia) recibía ese nombre). Todo el
sureste español se ha visto marcado por la falta de agua. También es casual que
este sea el tema de la novela “Con la
lengua fuera” del lorquino José María Castillo Navarro, sobre el que
escribí mi tesis doctoral.
Las personas
sin nombre son: el chico o niño, el viejo o pastor o cabrero, el alcaide, su
ayudante o el colorao (por el pelo),
el tullido y el perro. Hacia el final y después de enterrar al viejo, su
compañero de camino, pensó que “le
hubiera gustado saber su nombre”.
Podríamos definir la novela como una
especie de movimiento neo-ruralista
que renace en el siglo XXI y que recuerda a Delibes. Uno de sus aciertos
consiste en la riqueza del léxico rural que a buen seguro habrá obligado a usar
el diccionario para su lectura a algunos de sus lectores. Como ejemplo: albardón, aguaderas, serón, azuela,
destrabar, parihuela, varear (la aceituna), serijo (de las pasas), morral
(del chico), zurrón (del pastor), gualdrapa y ataharre (del burro), etc.
En cuanto a la forma literaria me ha
llamado mucho la atención las oraciones sin verbo que la mayoría de las veces
corresponden a momentos de tensión emocional, como si la acción quedara
paralizada. He recogido algunos ejemplos. En un momento de desesperación en que
el niño rompe a llorar leemos: “la
escapada infantil, el sol abrasador, el llano incapaz de inclinarse a su favor”;
también cuando el chico se encuentra frente al alguacil que lo viene
persiguiendo desde el principio del relato leemos: “la humedad de las botas, la suciedad de la piel, el olor de la comida,
el final de su osadía”; la aparición del viejo con la escopeta del ayudante
del alguacil se percibe como: “ángel de
fuego que derriba los muros”; pero la mayor concentración emotiva se reduce
a la oración-palabra “Sed”. Todo ello
desprende un lirismo que le acerca a la poesía como el mismo Jesús Carrasco
reconoció en una entrevista realizada en Página 2 de TVE.
Del estilo señalaría algunas metáforas:
los pómulos sangrantes son “manzanas de
feria bañadas de caramelo”, la luna
reciente todavía era “una tajada estrecha
amarilleando sobre el horizonte” y las hileras de olivos cual “hatajo de soldados de vuelta del frente.
Heridos pero en marcha”. Más abundante es el símil de las moscas “como dientes negros”, se movían los
pelos de su barba “como un campo de posidonias
a merced de las corrientes”, marcas de vara asomaban por los costados “como nuevas costillas dibujadas”, el fuego “como un hurón ciego y voraz”, las
lombrices y renacuajos del agua del pozo saltaban “como atunes en una almadraba”…etc.
Cuando se trata de descripciones el
estilo es realista, como la del tullido: “El
pelo largo apelmazado, barba negra y un sayo de arpillera raída atado a la
cintura por toda vestimenta. Tenía las manos incompletas y sus piernas estaban
amputadas justo por debajo de las rodillas. Unas correas de cuero ennegrecido
unían sus muslos a una tabla de madera con cuatro cojinetes grasientos por
ruedas”.
Hay quien considera que esta novela es un canto a los sentidos, olores,
sabores, sonidos:
“Perdido entre los cientos de
olores que la profundidad (de la tierra) reserva a las lombrices y los muertos.
Olores que no debería estar oliendo pero que él había buscado, olores que lo
alejaban de la madre”. Unas veces son buenos, como “los aromas de pan” pero la mayor parte son como “el hedor de un buey podrido”.
Frecuentes alusiones a los sabores de la
comida o bebida (leche y vino a falta de agua): “Empapaba trozos de pan ácimo en un recipiente con vino”; “la torta de pan que había cocinado el viejo
la ablandó con leche tibia” (gachas de leche); “atacaba la bota de vino con buches largos”; “mordiendo una cuña de queso correoso”.
En
cuanto a los sonidos abundan los de la
naturaleza o los animales que acompañan al viejo y al niño en su viaje de huida
hacia el norte: “aleteos de palomas”,
“coro de cencerros” y “balidos” (de las cabras), “ladridos del perro”. Siempre comían
acompañados por el burro, el perro y las cabras. Hacia el final, muerto y
enterrado el cabrero, el chico se refugia en una vieja casa para peones
camineros y “escucha el tamborileo de la
lluvia sobre una chapa caída”.
El motivo de la huida la conocemos hacia
el final. El chico recordaba “cuando su
padre lo llevó por primera vez a la casa del hombre que ahora tenía delante (el
alguacil) y lo dejó allí a merced de sus
deseos”. Al encontrar el sidecar repara en “la cápsula en la que él había viajado oculto tantas veces”.
Las últimas palabras son
esperanzadoras: “Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando como Dios
aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.