domingo, 5 de enero de 2020

COMENTARIO DE TEXTO SOBRE LA NOVELA "INTEMPERIE"


                                                     I  N  T  E  M  P  E  R  I  E      

de  Jesús Carrasco


           Estaba leyendo una cartelera de cine en un periódico cuando he dado con el comentario de una película cuyo argumento está tomado de la novela del mismo título que fue considerada por la Asociación de libreros “Libro del Año  2013”. Se titula Intemperie. La he sacado de la biblioteca y la he leído dos veces porque he decidido escribir mis impresiones sobre ella.

         El título alude al desamparo que sufre el protagonista, un niño que huye de su pueblo y de su familia emprendiendo un camino por una naturaleza desértica e inhóspita. En él se encuentra a un viejo cabrero, poco hablador, que le va a librar de terribles peligros y que al mismo tiempo le va a enseñar cómo sobrevivir al hambre y la sed. Así el camino viene a ser la metáfora del aprendizaje.

          Hay otros personajes que representan el lado negativo, malvado, del ser humano: el alcaide, su ayudante y el tullido. El autor ha querido dar un halo de misterio (esta es su primera novela) al omitir nombres de personas, lugares, época y hasta el del perro. Existe un elemento que nos lleva a pensar en la postguerra española, el sidecar. El alcaide lo utiliza en sus desplazamientos. Se describen lugares desérticos que nos recuerdan a Almería, su vegetación de chumberas, jaras, higueras, almendros y el palo dulce (coloquialmente, palodú), además de la presencia del mar. Se usan las hojas de aloe como curativo para la piel y se utiliza la palabra “atiende” para llamar al compañero.

Todavía pueden verse aldeas abandonadas con restos de vías ferroviarias por las que antaño circulaban vagones de mercancías y minerales. Al mismo tiempo hay momentos que nos recuerdan escenas del western que se filmaron en la zona almeriense de Tabernas. Solo se alude al lugar como “el llano” (casualmente una finca que fue de mis abuelos entre Cehegín y Bullas (Murcia) recibía ese nombre). Todo el sureste español se ha visto marcado por la falta de agua. También es casual que este sea el tema de la novela “Con la lengua fuera” del lorquino José María Castillo Navarro, sobre el que escribí mi tesis doctoral.

Las personas sin nombre son: el chico o niño, el viejo o pastor o cabrero, el alcaide, su ayudante o el colorao (por el pelo), el tullido y el perro. Hacia el final y después de enterrar al viejo, su compañero de camino, pensó que “le hubiera gustado saber su nombre”.

        Podríamos definir la novela como una especie de movimiento neo-ruralista que renace en el siglo XXI y que recuerda a Delibes. Uno de sus aciertos consiste en la riqueza del léxico rural que a buen seguro habrá obligado a usar el diccionario para su lectura a algunos de sus lectores. Como ejemplo: albardón, aguaderas, serón, azuela, destrabar, parihuela, varear (la aceituna), serijo (de las pasas), morral (del chico), zurrón (del pastor), gualdrapa y ataharre (del burro), etc.

         En cuanto a la forma literaria me ha llamado mucho la atención las oraciones sin verbo que la mayoría de las veces corresponden a momentos de tensión emocional, como si la acción quedara paralizada. He recogido algunos ejemplos. En un momento de desesperación en que el niño rompe a llorar leemos: “la escapada infantil, el sol abrasador, el llano incapaz de inclinarse a su favor”; también cuando el chico se encuentra frente al alguacil que lo viene persiguiendo desde el principio del relato leemos: “la humedad de las botas, la suciedad de la piel, el olor de la comida, el final de su osadía”; la aparición del viejo con la escopeta del ayudante del alguacil se percibe como: “ángel de fuego que derriba los muros”; pero la mayor concentración emotiva se reduce a la oración-palabra “Sed”. Todo ello desprende un lirismo que le acerca a la poesía como el mismo Jesús Carrasco reconoció en una entrevista realizada en Página  2 de TVE.

       Del estilo señalaría algunas metáforas: los pómulos sangrantes son “manzanas de feria bañadas de caramelo”,  la luna reciente todavía era “una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte” y las hileras de olivos cual “hatajo de soldados de vuelta del frente. Heridos pero en marcha”. Más abundante es el símil de las moscas “como dientes negros”, se movían los pelos de su barba “como un campo de posidonias a merced de las corrientes”, marcas de vara asomaban por los costados “como nuevas costillas dibujadas”, el fuego “como un hurón ciego y voraz”, las lombrices y renacuajos del agua del pozo saltaban “como atunes en una almadraba”…etc.

      Cuando se trata de descripciones el estilo es realista, como la del tullido: “El pelo largo apelmazado, barba negra y un sayo de arpillera raída atado a la cintura por toda vestimenta. Tenía las manos incompletas y sus piernas estaban amputadas justo por debajo de las rodillas. Unas correas de cuero ennegrecido unían sus muslos a una tabla de madera con cuatro cojinetes grasientos por ruedas”.

       Hay quien considera que esta novela es un canto a los sentidos, olores, sabores, sonidos:

   “Perdido entre los cientos de olores que la profundidad (de la tierra) reserva a las lombrices y los muertos. Olores que no debería estar oliendo pero que él había buscado, olores que lo alejaban de la madre”. Unas veces son buenos, como “los aromas de pan” pero la mayor parte son como “el hedor de un buey podrido”.

        Frecuentes alusiones a los sabores de la comida o bebida (leche y vino a falta de agua): “Empapaba trozos de pan ácimo en un recipiente con vino”; “la torta de pan que había cocinado el viejo la ablandó con leche tibia” (gachas de leche); “atacaba la bota de vino con buches largos”; “mordiendo una cuña de queso correoso”.

        En cuanto a los sonidos  abundan los de la naturaleza o los animales que acompañan al viejo y al niño en su viaje de huida hacia el norte: “aleteos de palomas”, “coro de cencerros” y “balidos” (de las cabras), “ladridos del perro”. Siempre comían acompañados por el burro, el perro y las cabras. Hacia el final, muerto y enterrado el cabrero, el chico se refugia en una vieja casa para peones camineros y “escucha el tamborileo de la lluvia sobre una chapa caída”.

       El motivo de la huida la conocemos hacia el final. El chico recordaba “cuando su padre lo llevó por primera vez a la casa del hombre que ahora tenía delante (el alguacil) y lo dejó allí a merced de sus deseos”. Al encontrar el sidecar repara en “la cápsula en la que él había viajado oculto tantas veces”.

        Las últimas palabras son esperanzadoras: “Luego volvió a la puerta y allí permaneció  mientras duró la lluvia, mirando como Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.