lunes, 23 de octubre de 2023

AMORES IMPOSIBLES

Hace unos días terminé de leer "No te veré morir", la última novela de Antonio Muñoz Molina, que me ha inspirado para escribir una historia semejante. Así que he conectado con mis amigas Pentasilea, Cornelia y Enma con el fin de que me dieran ideas. Ni la primera ni la segunda me han podido ayudar, pero Enma sí que me ha contado una historia de amor imposible que tuvo ella cuando era estudiante de secundaria en Amsterdam, donde con 15 años conoció a un chico con el que mantuvo una gran amistad. La esperaba a la salida de clase, la acompañaba a su casa, y a veces quedaban para pasear por las orillas de los canales bajo los frondosos árboles, que desde el amanecer brillaban al recibir los rayos del sol. Parecían estar allí desde siempre y para siempre; la naturaleza los acompañaba antes de entrar a clase. A mi pregunta sobre de qué hablaban responde que no lo recuerda bien porque ella era algo distraída y él estaba atento a lo cotidiano, a los estudios.

Me comenta que en una ocasión él le pidió prestado el libro de gramática griega y se lo devolvió  "iluminado" con algunas frases en inglés como "I LOVE YOU", siendo él un buen estudiante de francés. ¿Timidez? ¿Originalidad? Nunca lo sabrá. Me lo describe como un joven educado, cortés con las señoras, a las que saludaba con un beso en la mano. De aspecto formal, traje con camisa y corbata, pantalón largo, a pesar de sus dieciséis años ya parecía el abogado en el que se convertiría tiempo después. Recordando al Marqués de Bradomín que, según Valle Inclán era "feo, católico y sentimental", este chico era " guapo, católico y sentimental". Él no se daba cuenta, pero ella sí, de que no pertenecían a la misma clase social. El padre de él ingeniero, el de ella funcionario del Estado. Hablaba mucho de su familia, de su padre. Él era el segundo y único varón entre dos hermanas.

Como los adolescentes de la época, eran aficionados al cine, aunque fuera sólo los domingos porque el dinero no abundaba. Les gustaban las comedias románticas de los años 50 del siglo pasado en programas dobles. Enma salía con sus amigas, pero le guardaba una butaca a su lado y cuando se separaban bastaba un adiós o un hasta mañana. Su mundo real era igual que el de las películas. Aún recuerda el frío que hacía en aquellas salas de cine tan grandes. La vida les sonreía, ignorando lo que les tenía reservado el destino.

Recuerda Enma que su chico hizo un viaje al extranjero, a Roma, como buen católico, en la Vespa y con el sacerdote amigo de la familia que la conducía. De allí le mandó bonitas postales en color para su colección, del Coliseo y de otros monumentos. Como regalo, ¿qué objeto más espiritual que un rosario de cristal de roca rosa bendecido por el papa? Soñaban con hacer juntos un viaje a Brasil cada vez que cogían un billete que mostraba un gran velero.

Pero llegó un momento en que la familia se marchó a otra ciudad, no se sabe si por traslado del padre o en busca de mejores oportunidades para los estudios de los hijos. Lo cierto es que se abrió un abismo entre los dos jóvenes de consecuencias imprevisibles. Al principio intercambiaron algunas cartas, hasta que llegó el aciago día en que el muchacho sufrió un accidente de coche, cuyo terrible impacto lo dejó incapacitado, sin conocimiento una temporada, o eso es lo que le dijeron unos amigos a Enma. Ella dejó de escribir a la espera de su recuperación y sus cartas. Pero eso nunca sucedió. Aquella bonita amistad quedó en suspenso. En realidad nunca se rompió. Al cabo de un tiempo le llegaron rumores de que había estudiado Derecho y ejercía de Presidente de la Cámara de Comercio de su ciudad. Ella estaba convencida de que él se olvidaría antes que ella porque había leído en algún libro que el que se va es el primero que olvida.

Entre tanto Enma conoció a un hombre enamorado locamente que, aunque bastante mayor que ella, supo esperarla a que terminara su carrera universitaria para casarse. Formaron una bonita familia con unos hijos que les llenaron de felicidad. Dicen que el tiempo pasa y cura las cosas, pero el tiempo no cura nada. Sí es verdad que para ella se había ido desdibujando el rostro del amigo. Solo recordaba su voz, esa voz grave, risueña y entusiasta que se diferenciaba de todas las otras conocidas. Pasados los años, creyó que se había borrado de su memoria. Y cuando ya pensaba que jamás se volverían a encontrar, a su marido y a ella los invitaron a una cena en la que se reunían todas las Cámaras de Comercio del país, y allí estaba él, aguardando el momento como si estuviera en una sala de espera, dando la impresión de que quería quedarse a solas con ella, mientras Enma lo estaba observando. No se lo podía creer, se quedó paralizada. Le parecía que el tiempo se había detenido. Abrió la boca para decir su nombre, pero no le salía la voz del cuerpo. Él esperó a que se retiraran todos los invitados para saludarla a solas. Cuando todos desaparecieron se hizo el temido silencio. Bastó un apretón de manos y un hola. El apretón de manos era más fuerte de lo que aparentaba, pero ¡había tal diferencia entre aquel hombre que le estrechaba la mano y el chico que ella recordaba! Tampoco ella era la niña de la que se despidió con lágrimas en los ojos. Era la hora de la cena y no se volvieron a encontrar.

Después de muchos años, Enma conoció a una señora de la ciudad en la que él ejercía su profesión y le preguntó si le sonaba su apellido. Le contestó que no, pero le sugirió que lo buscara por internet, y cual no sería su sorpresa cuando se encontró con la esquela de tres años atrás. Le queda el consuelo de que "no lo ha visto morir", ni él podrá verla morir a ella.