En el último viaje de mi hija Carmen a
Roma este verano, me compró un camafeo para colgante del cuello realizado como
los que yo vi en Sorrento hace años en un viaje con mi marido y una pareja de
amigos. Presenta el rostro de perfil de una bonita joven con un peinado de rizos recogidos con una cinta y que lleva una flor en el hombro. Quiero reconocer a mi avatar romano, Cornelia, con la que me gusta identificarme en una vida anterior. Probablemente yo le conté a CARMEN que habíamos visitado un taller de
artesanía de esta joya tan antigua, realizada esculpiendo figuras en conchas,
aunque en la antigüedad se realizaban también en ónice, lapislázuli y otros
materiales. Hoy, que me lo he puesto para ir a una comida de amigas, he pensado
investigar sobre los cameos o camafeos, como actualmente se llaman.
Siempre creí en su origen romano, pero
como tantas otras cosas, los romanos los copiaron de los griegos, que a su vez los aprendieron de los persas, quizás cuando entraron en contacto con ellos en las
guerras médicas. Aunque parece ser que los egipcios ya practicaban este arte lo
mismo que los sumerios que empezaron a utilizarlos como sellos en transacciones
comerciales. Octavio Augusto fue un usuario de estos bellísimos objetos. Durante el renacimiento se
recuperó la moda de lucir camafeos, al volver a recuperar el gusto por lo clásico grecolatino, destacando Lorenzo de Medici como coleccionista. En el
neoclasicismo volvió la moda, siendo Napoleón un apasionado de estas joyas, que
lucía en especial su esposa Josefina, cuya tiara de camafeos lucen ahora las mujeres
de la corona sueca. Se extendió en el siglo XIX. La técnica recibe el nombre
de glíptica. Los camafeos de conchas se
popularizaron a raíz de unas ejemplares más maleables que se trajeron de América
tras el descubrimiento. Los auténticos se reconocen por las rayas que se perciben
en el microscopio, conocidas con el nombre de llamas o llameantes. La reina
Victoria usaba camafeos entre sus joyas. En los más antiguos, como el mío, las caras de perfil miran hacia la derecha. Daban suerte.
Durante el período isabelino, las mujeres empezaron a coleccionar este tipo de joyas como motivo de distinción social y estatus. Su prestigio aumentó con los coleccionistas en todas las cortes europeas. Los verdaderos camafeos están realizados en conchas, coral, lava, ágata, onix o sardonix, los falsos en cristal, plástico o metal.