lunes, 22 de abril de 2024

Meditando

                                                

    He salido esta mañana a la compra y he observado a dos hombres que han despertado mi curiosidad. Uno era un joven extranjero que, sentado en una acera, estaba cantando acompañado de un platillo para recoger limosnas. El otro era un anciano que apenas podía andar, con un bastón en una mano y un carrito de la compra en la otra. Todo ello ha hecho que me quedara meditando sobre la pobreza y la vejez... 

    Me ha venido entonces a la memoria un cuento oriental, que estudié en clase de Literatura, en el que un joven príncipe, rodeado de riquezas y lleno de felicidad, decidió salir fuera de ese mundo. Al hacerlo, la casualidad quiso que se encontrara con un enfermo, con un viejo y con un muerto. Tal fue el impacto que le produjo el descubrir la enfermedad, la vejez y la muerte que se retiró a meditar y a enseñar sus conocimientos sobre la vida y el sufrimiento humano a cuantos se acercaran a él. Se trata de la leyenda de Buda. Para ampliar este tema he recurrido a la Historia de la Literatura Española de D. Ángel Valbuena, mi  profesor de Literatura de la Universidad, porque a mi me sonaba a un cuento del Conde Lucanor del Infante D. Juan Manuel (s. XIV). Lo he encontrado en "El libro de los Estados" de dicho autor, donde se plantea el tema del conflicto de creencias. En este libro se cuenta la leyenda del rey pagano Morován, a cuyo hijo Johás, su educador Turín no sabe aclarar los grandes problemas de la vida y la muerte, sólo resueltos mediante la intervención del ayo cristiano Julio. Este adapta la forma de la leyenda de Buda, que se cristianizó en la Edad Media, aunque a veces se trataba de los encuentros con  un ciego, un leproso y un viejo. En el relato de D. Juan Manuel el encuentro es exclusivamente con un muerto.                                                                                                                                             Aprovecho el recuerdo de tan insigne profesor para comentar una anécdota que nunca he contado a nadie. Al finalizar la presentación de mi tesis de licenciatura sobre el poeta lorquino Eliodoro Puche se acercó a mí y en voz baja, para que no lo oyeran los dos profesores que lo acompañaban en el tribunal, D. Mariano Baquero y D. Juan Barceló, me dijo: "señorita, se parece usted a una ondina". Yo tenía 22 años y el pelo largo. Las ondinas en la mitología griega eran las hadas de los mares, ríos, lagos y fuentes.