De baños por
el Balneario de Archena (Murcia)
El complejo de aguas termales de origen
romano (termas es palabra latina
procedente del griego “thermos” que significa caliente), construido en tiempos
de Augusto en el 25 a. de C. Está situado en el Valle de Ricote, también
llamado Valle Morisco, por donde discurre el Río Segura, entre bosques de
árboles como álamos y eucaliptos centenarios, palmeras y chopos que pueden
alcanzar hasta los 30 metros de altura. Abundan también los cañaverales,
baladres y pinos. Como si se tratara del cráter de un volcán, está rodeado de altos
picos de montañas, algunos en forma de crestas que dan una gran belleza al
paisaje.
Habíamos salido de Águilas mi hijo Juan y
yo por la mañana con dirección Marchena, cuando a la altura de la pedanía
lorquina de La Hoya nos encontramos con una larga cola de vehículos parados a
causa de un accidente. Lo que nos retrasó el viaje más de media hora.
Una vez en el balneario la primera
impresión fue algo extraña al contemplar los desfiles de personas en albornoz
blanco que iban y venían de las piscinas. Daba la impresión de un centro
médico, un sanatorio de enfermos mentales, pero cuando me incorporé con mi
albornoz blanco, ya cambié de opinión. En cambio la impresión sobre el Hotel
Termas (4 estrellas) fue estupenda. Ha
sido remodelado y modernizado del anterior del siglo XIX. Por la tarde
recorrimos mi hermano, mi cuñada y yo todo el edificio haciendo fotografías a
la parte de decoración mudéjar, donde nos sorprendió la gran cúpula y la fuente
de los leones, además de las ruinas de las termas romanas. En el exterior nos acercamos a la bonita capilla de estilo neorrománico y neogótico para oír misa que nos ofreció un joven
sacerdote muy simpático, con el que tuvimos ocasión de charlar al día
siguiente. Me sorprendió una idea que expuso en la homilía, “que las parejas
que discuten mucho es porque se aman”. Si me lo dicen hace años, no lo hubiese
creído.
El segundo día lo iniciamos saliendo a andar un rato antes
del desayuno bufet libre muy abundante y con el bañador y el albornoz blanco
nos dirigimos a las piscinas termales en el circuito “balnea” (abundan los
letreros en latín) que incluía nuestro paquete, en un recorrido de dos horas.
Empezamos por una piscinita en agua roja, de agua bastante caliente que yo
definí como el “caldarium”, y al lado otra muy fría, de color azul que llamé el
“frigidarium”, de la que salí pitando. Al lado una caja de cristal de agua
amarilla en la que había que nadar a contracorriente. Ni me metí, pero sí en la
de aromaterapia, de color morado y muchos limones flotando. La siguiente era
para relax flotando en agua verde, que yo denominé “el mar muerto”. Paso
siguiente, descansar en unas tumbonas bajo unos focos de infrarrojos. A
continuación visita al iglú el tiempo justo para hacerme una fotografía porque
aquello no se podía aguantar. De allí a unas camas de piedras calientes, y
salida a la gran piscina interior en la que mi hermano se puso las chanclas de
otra persona. Mi cuñada se dio cuenta y pudimos dar con las suyas
milagrosamente entre cientos de ellas. Volvimos al hotel para vestirnos para la
comida pero como faltaba un rato nos quedamos en el casino a tomar un
aperitivo. Tras la siesta nos fuimos a dar un paseo y charlamos con el
sacerdote muy amigablemente. Tras la cena nos sentamos en el salón de la
biblioteca a jugar a las cartas.
El tercer día lo dedicamos a los
tratamientos. Ellos de fisioterapia y barros y yo de belleza facial. No sé el
efecto que les haría a ellos, pero yo salí con las mismas arruguicas después de
una hora de quita y pon cremas.
Terminamos la mañana en las grandes piscinas, abarrotadas de gente pese a ser
temporada baja. Nos reímos dejándonos llevar por una fuerte corriente que
denominaban “río de agua” y probamos jacuzzis y chorros a presión.
Menos mal
que fuera reinaba la paz y la tranquilidad de las zonas ajardinadas, y en las
habitaciones el aire acondicionado. Mientras se hacía la hora de comer nos
sentamos en el casino a jugar al dominó. A media tarde nos acercamos a misa. El
sacerdote ya no era el mismo, sino uno que venía de la Galicia profunda, con
sotana, misa medio en latín y daba la comunión bajo las dos especies, pan y
vino. Su hermana iba con un bonito velo de encaje blanco y un hábito de S.
Francisco. Se hospedaban en nuestro hotel. Paseamos un rato siguiendo el curso
de río, y después de cenar, aunque nos habíamos propuesto salir de copas
nocturnas, nos acostamos.
El cuarto
día mi hermano y mi cuñada tenían hora de tratamiento fisioterapeútico después
del desayuno y yo me quedé leyendo hasta su vuelta para disfrutar de las aguas
termales de las piscinas interior y exterior porque nos marcharíamos después de
comer.